Por María Laura García
Hoy, la verdad me costó sentarme a escribir, como siempre lo hago para reflexionar junto a ustedes domingo a domingo. Mi mente ha estado un poco nublada, con miles de ideas rondando en ella de forma dispersa, entre otras causas, por la velocidad que exige precisamente el comunicarnos en tiempo real por las redes, aquellos cuyo oficio es la comunicación, y no de hora en el mundo digital, sino de toda la vida en los medios tradicionales.
Paradójicamente, es esta sensación de «bloqueo» la que me ha llevado a escribirles sobre algo que creo nos está a afectado a muchos, pero que notamos más, estoy segura, los que somos amantes de la salud física y mental. ¿Has sentido como nuestros cerebros están siendo hackeados por la búsqueda incesante de dopamina a través de las redes sociales?
Les confieso que me siento como una víctima silenciosa de esta dinámica. En lugar de conectar personalmente con los que nos rodean o hablar mirándonos a los ojos o estrechar nuestras manos o simplemente sentirnos, preferimos poner nuestra mirada en el teléfono para vivir experiencias, ideas o vidas de otros. Y peor, no hablamos con el que tenemos al lado porque preferimos comunicar lo que estamos haciendo o mostrar solo el lado feliz de nuestras vidas retratando segundo a segundo a segundo lo que pasa en ella por aplicaciones diversas, negándonos de esta forma la posibilidad de vivir nuestro aquí y ahora.
Tristemente, veo cómo la chispa de la interacción genuina se apaga lentamente a mi alrededor y en mi propia cotidianidad. Mi casa, mi trabajo y mis momentos, que deberían ser un espacio de conexión, muchas veces están secuestrados por pantallas. Mis seres queridos mis amigos o conocidos, a menudo están más inmersos en X o Instagram que en conversaciones entre ellos o nosotros. No se hablan, no se miran, porque la atención está en ese torbellino de notificaciones y contenido. Y duele ver cómo esta adicción, que nadie admite por imperceptible, está minando la base de nuestras relaciones y, en última instancia, nuestra salud mental.
La dopamina es una trampa para el cerebro…
Para quienes valoramos el bienestar, entender lo que está sucediendo es crucial. Nuestro cerebro, es un órgano poderoso que sucumbe seducido ante el sistema de recompensa que ha sido diseñado para motivarnos. Cuando comemos, cuando logramos algo, cuando nos conectamos con otros, se libera dopamina, un neurotransmisor que nos hace sentir placer y es lo que lógicamente nos lleva a repetir esas acciones. Se trata de un mecanismo básico de supervivencia.
Y he allí el problema, las redes sociales han sido desarrolladas pensando en repetir esos mecanismos de recompensa basándose en la generación de dopamina a borbotones. Buscan hackear nuestro cerebro con determinados contenidos y acciones como los “me gusta”, los comentarios, las notificaciones, etc.. Aspecto que por el algoritmo, sus creadores, saben exactamente lo que nos mueve o estimula.
Todo lo anterior constituyen recompensas inmediatas, fáciles de conseguir y lo más peligroso impredecibles. Tal como una máquina tragamonedas, nunca sabemos cuándo llegará el próximo «premio», pero la posibilidad nos mantiene pegados a la pantalla, en consecuencia, estamos ante un ciclo de refuerzo intermitente, muy adictivo.
Insisto, no es casualidad ya que, los que programan estas plataformas son ingenieros de la atención, que hacen lo propio para mantenernos enganchados y perdiendo la noción del tiempo. El contenido nos mantiene absortos en nuestra propia burbuja con aplicaciones que se adueñan de nuestra atención y nuestra dopamina.
El costo invisible: ¡Nuestra salud mental!
El secuestro no admitido nos sumerge, poco a poco, en la soledad de una escasa interacción social y familiar, lo cual nos pone a pagar un precio altísimo, que financia nuestro bienestar emocional.
Bienestar emocional que se afecta por:
– La comparación constante con vidas «perfectas» en línea, la presión por la validación social más la sobrecarga de información pueden disparar nuestros niveles de ansiedad y depresión, porque permanentemente experimentamos sentimientos de insuficiencia y soledad, debido a que solo interactuamos superficialmente con otros.
– La exposición constante esas recompensas superficiales del mundo digital y el cambio rápido de estímulos reconfiguran nuestro cerebro y nos conduce a buscar gratificación instantánea con lo cual nos alejamos de esas tareas valiosas que requieren un esfuerzo sostenido, como leer un libro, tener una conversación profunda con alguien que esta frente nuestro o simplemente merma nuestra capacidad para disfrutar de la tranquilidad.
– Quizás el punto más doloroso es el deterioro paulatino de las relaciones reales. Cuando la atención de nuestros seres queridos está en una pantalla, la comunicación se fragmenta, los momentos compartidos se vuelven superficiales. La empatía, la escucha activa y la conexión genuina se ven comprometidas. La calidad de nuestras relaciones íntimas se resiente, llevando a sentimientos de aislamiento y frustración, como los que yo experimento.
– Pasando a una consecuencia más orgánico, la luz azul de las pantallas y la sobreestimulación mental antes de dormir alteran nuestros ciclos de sueño, un pilar fundamental de nuestra salud mental.
– Por último, y eso para no alargarme más, el mundo digital y nuestra excesiva interacción con él, pueden convertirse en una vía, no reconocida, de escape constante de la vida real, de los problemas, de las emociones difíciles, porque no sentimos la capacidad de poder procesarlos y superarlos. Esto nos aleja del fortalecimiento de los mecanismos propios de afrontamiento de las dificultades, que nos hacen saludables emocionalmente.
¿Cómo recuperar nuestra mente y nuestras conexiones?
Sé que no es fácil. Estamos luchando contra un diseño intencional y contra patrones cerebrales ya establecidos. Pero como apasionados de la salud, tenemos el poder de la conciencia y la acción, si reconocemos que todo esto es una trampa y nos resistimos a la seducción que ejerce del mundo del ciberespacio, pero para ello, debemos controlar nuestra voluntad y control.
Recupera el control de tu atención y mide cuanto tiempo deseas poner al servicio de las redes. Haz un esfuerzo consciente por conectar con tu entorno. Enfócate en mirar a los ojos, escuchar sin interrupciones y estar presente con quienes te rodean. Haz planes distintos, aunque sea un día, cada semana. Permítete momentos sin estímulos, sin necesidad de llenar cada segundo con contenido.
Nuestros cerebros no están destinados a vivir en un estado de estimulación constante y con gratificación inmediata. Están diseñados para la conexión profunda, para la concentración, para la creatividad. Recupera el control de tu dopamina como un acto de amor propio y un paso fundamental para sanar tu mente y relaciones.
¿Has sentido tú también esta desconexión? ¿Qué estrategias has encontrado útiles para reconectar con lo que realmente importa? Me encantaría leer tus experiencias.