La verdad no se impone, se comparte… ¿Por qué discutir y NO conversar?

Caraota Digital
7 Min de Lectura
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Por María Laura García 

¿Por qué discutir? ¿Por qué usar un mal tono para imponer un punto de vista? Me lo pregunto cada vez que me enfrento a una de esas situaciones que, lamentablemente, son cada vez más frecuentes, personas agresivas por naturaleza (sin reconocerlo) o moldeadas así por las circunstancias nada amables de la vida, que se cierran a un debate de nivel, es decir, sin tono altisonante e impregnados de generosidad y apertura.

Si se tiene la razón ¿por qué no manifestar ese “razonamiento” de manera natural? Por qué no poner sobre la mesa esa forma de pensar sin aspavientos, sin imponer, sin maltratar, sin hacer un alboroto.

No se necesita la pedantería, no es útil el ego, ni esa agresividad pasiva que tanto daño hace, para validar nuestros argumentos. Amigos, la VERDAD, cuando es sólida, no necesita gritos para ser escuchada, incluso, a veces un SUSURRO o un GESTO, son más que suficientes.

Hay personas que no discuten para entender, discuten para imponerse. No analizan, solo reaccionan. Para ellos, la verdad es irrelevante; lo único que importa es no darte la razón. Con ese tipo de personas, el debate es una trampa. La mejor respuesta es la indiferencia, porque un encuentro con una persona ególatra es una batalla perdida antes de empezar.

No tener la misma opinión no es un problema para el diálogo. El filósofo Michael Sandel afirma que «hay que cultivar la capacidad de razonar juntos para escuchar activamente con empatía y respeto, para saber lo que hay detrás del argumento de alguien». Este es el punto de partida para cualquier interacción sana.

El origen: ¿La adicción a «tener la razón»?

La mayoría de nosotros creemos que podemos cambiar lo que los demás piensan. De otro modo, no pasaríamos tanto tiempo preocupados por «qué opinan los demás de nosotros», ni trataríamos de mejorar su juicio sobre nuestra persona. Esta adicción a «tener la razón», como bien lo describe un artículo de Raimón Samsó, que leí recientemente en El País, nos mantiene cautivos de nuestras propias opiniones y nos impide crecer. Nos convertimos en nuestros peores enemigos, ya que el único pensamiento que realmente necesitamos cambiar es nuestra creencia de que podemos controlar la mente ajena.

Las consecuencias de esta falta de empatía, de negociación y de tacto son dañinas tanto para el «victimario» como para la «víctima». Para el que impone, cada victoria es una pérdida de una oportunidad para aprender, para ampliar su visión del mundo y para conectar genuinamente con los demás.

Se aísla en su ego, construyendo una fortaleza de falsa superioridad que en realidad esconde una gran inseguridad. Para la «víctima», el constante desgaste emocional puede derivar en estrés, ansiedad y una baja autoestima.

Al llegar a este punto quiero compartirles este pensamiento de Eleanor Roosevelt, muy poderoso según mi opinión: “Nadie puede hacer que te sientas inferior si tú no lo permites”. Esta afirmación nos recuerda que el foco de atención debe estar en nosotros, no en los demás.

El arte de la asertividad, como lo expresan muchos entendidos sobre este tema, implica que, es posible expresar opiniones diferentes sin herir, sin imponer y sin dar una imagen agresiva. La clave no está en imponer, sino en defender nuestras ideas con serenidad, con respeto y con la convicción de que solo podemos ser responsables de nuestras palabras, no de cómo las interpreten los demás.

Mis dos mini manuales para la paz emocional…

Mini Manual para quien tiene la razón y quiere ser escuchado

  1. Suelta el ego: Tu valor como persona no depende de que los demás te den la razón. La obsesión por imponer tu punto de vista solo te convierte en alguien desagradable y poco accesible.
  2. Escucha para entender: Como dijo Michael Sandel, el diálogo se basa en la empatía. Escuchar activamente no significa que tengas que cambiar de opinión, sino que respetas la visión del otro y le das el valor de ser una persona con su propia historia y experiencia.
  3. Aprende a negociar: La vida es un constante ejercicio de negociación. No se trata de «ceder», sino de encontrar un punto en común o, al menos, de entender que hay múltiples perspectivas válidas.
  4. Usa el tacto: La forma en que presentas tu opinión es tan importante como la opinión misma. Un tono de voz calmado, un lenguaje corporal abierto y el uso de frases como «desde mi punto de vista…» o «entiendo lo que dices, y yo lo veo así…» pueden cambiar el rumbo de cualquier conversación.

Mini Manual para quien sufre la imposición ajena

  1. Pon límites sin violencia: No tienes que entrar en el juego de la discusión. Si notas que la otra persona solo quiere imponerse, puedes decir con calma: «Entiendo tu punto de vista. El mío es diferente, y no vamos a llegar a un acuerdo. Prefiero no seguir con esta conversación.»
  2. No lo tomes como algo personal: Recuerda que la necesidad del otro por imponerse no habla de ti, sino de sus propias inseguridades y su ego. Al final, la batalla es solo suya.
  3. Mantén tu centro: Practica el autocuidado para fortalecer tu autoestima. Medita, haz ejercicio, dedica tiempo a tus hobbies. Mientras más seguro te sientas contigo mismo, menos te afectarán las opiniones de los demás.
  4. Pasa la página: La indiferencia es tu mejor escudo. Una vez que la conversación termine, déjala ir. No le des más vueltas, no te alimentes de la frustración. Elige tu paz mental por encima de tener la razón.

Espero serte útil, con mi reflexión de hoy, puesto que todos podemos ser victimas de personas con poca disposición a convivir de manera armónicas, aun cuando existan las diferencias, claro está si estas no son irreconciliables.

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