Un joven de Tucupita, Delta Amacuro, dejó Venezuela para ir a Guyana en búsqueda de mejor calidad de vida. Sin embargo, su plan no salió como esperaba.
Al llegar a ese país, aceptó un trabajo que estuvo a punto de condenarlo a ser esclavo por el resto de sus días.
En febrero pasado, partió a esa nación junto a otros connacionales, dejando a una familia con fe de que podían comer tres veces por día y vestirse mejor.
Tras llegar a Kumaka, localidad de Guyana, trabajó «de todo un poco». Le iba bien en comparación de su situación en Venezuela.
Luis recibió un día una oferta de trabajo tentadora, donde ganaría más en una granja de pollos. Junto a él, otros indígenas waraos aceptaron el empleo, según reseñó Tanetanae.
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Los llevaron desde Kumaka a «Charaty» y ahí todo empezó a ir mal. En tierra firma, abordaron un ómnibus donde les despojaron de sus teléfonos y los cegaron al ponerles capuchas. Luis entendió ahí que fue secuestrado.
Por un día y medio viajaron por carretera. Llegaron a un sitio desconocido donde “nos echaron como a perros. Nos obligaban a trabajos que no queríamos. Lo de la pollera era mentira. Cavábamos túneles y la comida era muy mala”.
Ante esto, Luis elaboró un plan de fuga de inmediato al mejor estilo de película de Hollywood, pero versión Guyana.
Todas las tardes estudiaba el terreno y les decía a los captores que tenía que ir al baño. Más temprano que tarde, ya tenía un mapa geográfico mental y se preparó para «todo o nada».
Reconoció que en su último día, tuvo que robar una canoa, la cual escondió que llegara el momento de huir.
Luis, junto a otros waraos, zarparon en el bote a cualquier sitio, con tal de ir lejos de los secuestradores.
VOLVIERON A KUMAKA
Una vez llegaron a la selva, estuvieron ahí por 7 días donde aguantaron hambre, calor, frío y picaduras de mosquitos. Una vez que consideraron que ya no les seguían, salieron y volvieron a Kumaka como pudieron.
Luis continuó como migrante en Kumaka, intentado dejar atrás lo sucedido, pero siempre advirtiendo sobre los peligros a los que se expone un migrante.
El venezolano ahora trabaja reparando zapatos. Cobra 10 dólares por cada trabajo. Con ese ingreso, le alcanza para pagar arriendo y enviar dinero a sus familiares. Sin embargo, lamenta que no vive en las mejores condiciones pues fallan el agua y la luz.