La próxima publicación de las memorias del actor Anthony Hopkins, promete revelar un retrato brutalmente honesto de su vida, marcada por el abuso, la adicción y el autoexamen, pero sin rastros de arrepentimiento.
“Tengo al diablo dentro de mí”, escribe el actor galés en We Did Ok, Kid, su autobiografía que llegará a las librerías el 4 de noviembre y cuyo contenido adelantó en exclusiva el Daily Mail.
Con 87 años, Hopkins se adentra en los rincones más oscuros de su historia: la violencia escolar, la rigidez familiar y una larga dependencia del alcohol. En sus páginas, el ganador del Óscar explica cómo esa turbulencia interior lo ayudó a dar vida a su papel más icónico, el asesino Hannibal Lecter en ‘El silencio de los inocentes’.
“Instintivamente supe cómo interpretarlo. Todos tenemos al diablo dentro de nosotros. Sé lo que asusta a la gente”, confesó.

Anthony Hopkins nació en Port Talbot (Gales), y recuerda una niñez dominada por la incomprensión y el rechazo. En la escuela lo llamaban “Dennis el Tonto” y hasta sus maestros lo consideraban “inepto”.
“La gente del barrio me apodaba Cabeza de Elefante. Mi cabeza era grande y mi cuerpo pequeño. Mis padres pensaron que tenía agua en el cerebro”, escribió con crudeza.
Aislado incluso en sus propias fiestas de cumpleaños, el joven Anthony aprendió a refugiarse en la indiferencia. A los 17 años, su padre selló su inseguridad con una frase que lo marcaría para siempre: “Eres un inútil. Nunca llegarás a nada.”
EL REFUGIO EN EL ALCOHOL
El actor reconoció que el alcohol se convirtió en su alimento emocional y en un ritual familiar. “El whisky era mi comida favorita”. Durante sus primeros años en el teatro, su adicción se intensificó, alimentada por la falsa idea de que beber lo volvía más creativo.
Su primer matrimonio, con Petronella Barker en 1967, se hundió entre depresiones y episodios de ira contenida. “Era imposible convivir conmigo”, admitió. Tras separarse, abandonó a su esposa y a su hija, Abigail, con quienes no mantuvo contacto durante años. “Es el hecho más triste de mi vida. Pero estoy seguro de que habría sido peor si me hubiera quedado”, escribió el actor.

En los años 70, su consumo de alcohol lo llevó al borde del desastre. Una noche condujo ebrio desde Arizona hasta Beverly Hills sin recordar el viaje. Pensó que le habían robado el coche, pero en realidad lo habían encontrado en la carretera.
Ese fue su punto de inflexión, “acostado bajo un eucalipto, escuché una voz que me preguntó: ‘¿Quieres vivir o morir?’. Respondí: ‘Quiero vivir’. Desde ese día, 29 de diciembre de 1975, no he vuelto a beber”.
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El libro, dedicado a su tercera esposa Stella Hopkins, no busca el perdón ni la redención. En cambio, ofrece una mirada sin filtros al peso de su propia naturaleza.
A pesar de su éxito, fortuna y reconocimiento mundial, Hopkins reconoció que las cicatrices de su infancia nunca desaparecieron. Sin embargo, el actor encontró cierto cierre en una anécdota que parece reconciliar su pasado, cuando John Wayne lo saludó en un restaurante y lo presentó orgulloso ante sus padres. “Les demostré que sí pude”, concluyó Anthony Hopkins, sin júbilo, pero con la serenidad de quien al fin acepta su sombra.

