Por María Laura García
Hoy, mi amanecer fue más sereno de lo normal. Mi ritual dominical, que inicia casi siempre con ese encuentro con el asfalto y la energía mañanera, se vio interrumpido por el despertar de una vieja lesión en la espalda baja, que cada cierto tiempo me saluda con sus dientes afilados.
El dolor físico es tangible, sí, pero más profundo es el peso de la frustración que acompaña el no poder hacer lo que te gusta o planificaste. Pero así es la vida, todo puede cambiar de un momento a otro y debemos estar preparados para primero, manejar la frustración, accionar para solucionar, entender porqué o qué hicimos mal, y aprovechar lo que sucede para aprender, cambiar de rumbo o mejorar. ¡Ahh! y con el tiempo incluso, agradecer por lo malo, porque siempre las cosas suceden para bien o para internalicemos que siempre se debe dar gracias por TODO, pues tendemos a valorar solo lo perdido.
¿Cómo es posible que algo tan intrínseco a mi bienestar, como salir a correr, se convierta de repente en un anhelo inalcanzable? Bueno, sucede con todo, hasta con lo que damos como algo natural o que nos pertenece, un ejemplo claro: el respirar. Esta pausa forzada no es solo un freno al cuerpo; es una invitación a la introspección, una zambullida inesperada en la profundidad de esas bendiciones cotidianas que, con demasiada frecuencia, damos por sentadas.
Toda esta reflexión nace de ver una foto del jueves pasado, que colgué esta mañana en mi Instagram, de una corrida con mi amiga de siempre frente a la moderna escultura del Dr. José Gregorio Hernández, en la Urb. Las Mercedes, en Caracas. Esa imagen, ahora más que nunca, encapsula un tesoro invaluable: la capacidad de moverme, de ver mi Caracas, desplegarse ante mí con cada zancada, de conversar sin ataduras y de simplemente existir en el aquí y el ahora.
Es una comunión con el entorno, un espacio donde la mente se aclara y el espíritu se nutre de la simple belleza de lo cotidiano. Correr para mí, no es solo un acto físico; es un acto de conexión profunda, de sentirme viva y presente. Y esas cosas simples dejamos de valorarlas e incluso muchas veces nos dejamos ganar por la flojera, y renegamos de levantarnos temprano para ejercitarnos, o para trabajar o para que nos rinda y el día; y que solo extrañamos cuando la salud o algo grave nos impide hacerlo.
La experiencia humana nos enseña una verdad innegable: no valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Daniel Kahneman, premio Nobel de Economía y psicólogo, nos ha revelado la aversión a la pérdida, un fenómeno donde el impacto emocional de perder algo supera con creces la alegría de obtener algo equivalente. En mi caso, la interrupción de mi rutina de correr no es solo la ausencia de una actividad; es la privación de un estado de bienestar integral, de una vía para experimentar la claridad mental y el equilibrio emocional. Es el cuerpo, en su sabiduría, recordándome la fragilidad de lo que damos por garantizado.
Este momento me ayuda además a recordar el concepto de la gratitud consciente. Muchas veces afirmamos ser agradecidos, pero ¿lo somos realmente desde lo más hondo de nuestro ser, especialmente cuando la alarma suena temprano y la pereza pugna con la voluntad? Como señala el psicólogo Robert Emmons, líder en la investigación sobre la gratitud, practicarla no es solo una expresión; es un acto de reconocimiento y apreciación consciente y constante de las bendiciones en nuestra vida.
Lamentablemente, es en momentos como este, donde la rutina se rompe a la fuerza, cuando esa conciencia se agudiza. De repente, cada zancada, cada respiro sin dolor, cada vista del amanecer se convierte en una necesidad vital, cuando eso debería ser la norma y no la excepción, es decir, una epifanía antes invisible. La espiritualidad, entonces, no reside solo en lo trascendente, sino en el asombro ante lo simple y ordinario, en la capacidad de discernir lo sagrado en cada detalle diario.
Insisto en aquello que me muestra la perdida de hoy …
Los beneficios del ejercicio son vastos y bien documentados: fortaleza cardiovascular, musculatura, reducción del estrés y la liberación de endorfinas que elevan el ánimo. Sin embargo, ¿cuántos de nosotros los apreciamos en su verdadera magnitud hasta que una limitación física nos detiene?
La Dra. Kelly McGonigal, psicóloga de la salud, nos invita a ver el movimiento como una fuente de alegría intrínseca y propósito existencial. Cuando nos movemos al aire libre, no solo activamos nuestro cuerpo; nos sumergimos en un entorno que nutre nuestro espíritu. El simple acto de observar los árboles, escuchar los sonidos de una ciudad que despierta, sentir la brisa o contemplar el arte urbano, como la escultura del Dr. José Gregorio Hernández, enriquece la experiencia y nos conecta con la vida de una manera profunda y auténtica.
Esa conexión con el entorno, la oportunidad de recorrer tu ciudad a pie o corriendo, es un privilegio de la existencia. No es solo ejercicio; es un acto de exploración consciente, de apropiación del espacio, de sentirte parte de algo más grande. Y si a eso le sumas la compañía, la conversación fluida con amigos que entiende tu ritmo y tus silencios, el valor se vuelve incalculable. La psicóloga Brené Brown, destacada por su trabajo sobre la conexión humana, nos recuerda que estos momentos de vulnerabilidad compartida y alegría mutua son fundamentales para nuestra salud mental y nuestro sentido de pertenencia. ¿Has sentido en algún momento este tipo de beneficios al ejercitarte al aire libre?
En mi caso particular, hoy, la pausa me obliga a mirar hacia adentro y teniendo muy claras esas bendiciones que, con las carreras del día a día, siempre se terminan olvidando y que vuelvo a enumerar: la capacidad de levantarme, de moverme, de ver, de conectar; son regalos preciosos que no siempre celebro con la intensidad que merecen.
¿La lesión una maestra?
Esta lesión, dolorosa y frustrante, es para mí, también una maestra silenciosa. Me recuerda que la verdadera gratitud no espera a la adversidad para manifestarse, sino que nace de la conciencia plena de cada respiración, cada paso, cada amanecer, y cada oportunidad de compartir la vida con aquellos a quienes amamos. Es un despertar espiritual que me invita a vivir con más autenticidad y presencia, apreciando la profunda simplicidad de la existencia.
Así que, mientras mi cuerpo se recupera, mi mente se está activando para transformar esta tristeza en un recordatorio constante: cada momento es una oportunidad para ser profundamente agradecido. Y sí, valoro cada zancada, cada conversación, y cada amanecer que me permitió correr libremente por Caracas.
Cuando vuelva, lo haré con una gratitud más trabajada, sintiendo cada paso como una celebración de la vida misma.
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