Por María Laura García
Me impresiona cómo la rabia, la agresividad, el prejuicio, la crítica ante los que piensan o son distintos a nosotros, se ha vuelto un comportamiento repetitivo que observamos en las noticias, en una cola, en las redes en los dramas que observamos en las series o películas y hasta en la forma en la cual se tratan las personas. Estos niveles altisonantes se presentan, pero de una manera tan abrumadora que me angustia.
Esa intolerancia encuentra la cúspide de su expresión en la discriminación, en los movimientos de las minorías que niegan la validez de los que son distintos o de los que son mayoría pues, la democracia que les permite existir e incluso les reconoce, pasa en ellos a no ser la opción. Tampoco son la opción para los que promueven las políticas anti migratorias, la xenofobia y la guerra.
Se trata de una atmosfera turbia que pareciera nacer de una frustración e inconformidad que se drena con rabia u odio encubierto o no hacia otros, claramente a través de acciones o conductas que nada tienen que ver con la generosidad, la empatía y el amor. Veo con espanto, desde chamos lanzando gatos por la ventana o metiéndolos en una lavadora, hasta vecinos que matan a otros porque el sonido de su música a todo volumen no les permite descansar.
Últimamente … ¿Por qué la tolerancia se va más de vacaciones?
Es una pregunta que deberíamos hacernos todos, si amigos, esta reflexión de hoy es para que TODOS miremos dentro de nosotros y notemos que quizás, hemos estado más irritables que de costumbre.
Si, creo que es generalizado el que cada vez tenemos la mecha más corta. Basta con ver los diversos grupos de WhatsApp donde se arman discusiones de la nada, por una palabra desafortunada, una broma mal recibida o hasta meme. Lo que antes generosamente nos perdonábamos, hoy no se soporta ni siquiera de nuestros conocidos o amigos cercanos.
Estamos sensibles y toleramos poco las desubicaciones de otros. Pareciera que somos como adolescentes que hay que tratar con pinzas, no vaya a ser cosa que, de un gesto, una mirada o una palabra se vaya a armar un lío que no tiene proporcionalidad con aquello que lo provocó.
¿Qué nos hace menos tolerantes? ¿Éramos así antes o nos inhibimos menos producto de la permisividad de un mundo tan caótico como el actual en el que todo se vale? ¿Cómo se puede cultivar la tolerancia en las circunstancias de hoy? ¿Hay alguna ganancia en la intolerancia que nos impide cultivarla?
Ciertamente, no somos perfectos y es imposible que seamos 100% tolerantes, pero de lo que sí estoy convencida es que la tolerancia es un hábito que su cultiva o un músculo que se fortalece.
Una vez leí de Humberto Maturana (Fue un biólogo, filósofo y escritor chileno): “la tolerancia es pedir bien poco en la convivencia con otros, tolerar es aceptar de manera condicional al otro, con el secreto deseo que ese otro que toleramos eventualmente salga de nuestra consciencia”.
Sin embargo, de acuerdo a lo que veo en el mundo y en mi entorno inmediato, la tolerancia está en niveles mínimos.
Amigos, aceptar al otro como válido significa no hacerlo a regañadientes sino también valorar lo que nos hace diferentes, cuestión que implica mucho crecimiento emocional y espiritual, pues se trata de un trabajo que toma la vida entera, ya que nunca se deja de aprender y trabajar la tolerancia más la empatía.
Es difícil cultivar la habilidad de convivir con los que nos son afines y los que no, cuando son los mismos grupos que se gestan en las redes sociales los que se encargan de reforzar nuestros propios puntos de vista y rechazar los de los demás. Algo increíblemente problemático cuando tenemos un nivel de polarización mundial como el actual.
El fanático es prisionero de su ideología puesto que la misma pasa a ser parte de su identidad, por eso pierde libertad para actuar de manera auténtica y no acciona a partir de una mirada propia que se alimenta de su experiencia individual y del análisis crítico. En estos tiempos de crisis las personas con identidades de poco arraigo en lo personal, son fácilmente cautivados por las ideas fanáticas que vociferan “verdades” que casi nunca son comprobables del todo.
Y, ciertamente, en momentos de turbulencia, cuesta demasiado trabajo emocional mantenerse reflexivo porque hay mucha presión del entorno para que tomes partido.
Por tanto, para ser tolerantes debemos luchar contra la rigidez mental y NO dejar de ejercitar la reflexión. No caigas en la trampa de que el conocimiento que te sirvió en el pasado, te va a servir para navegar el futuro, todo cambia y nuestros pensamientos también deben estar dispuestos a transformarse y así ser tolerantes. Tendemos a rodearnos de personas que nos dan la razón, que piensan igual que nosotros y nunca nos desafían, entonces nos vamos volviendo rigidos en nuestras posturas.
Llegados a este punto, tengan en cuenta que, aquellos de estructura rígida son poco resilientes a los cambios del entorno y se quiebran fácilmente en las crisis.
Lo lamentable es que la rigidez mental tiene un aliado poderoso, que es la arrogancia, prima hermana de la ignorancia, y los poco flexibles se vuelven altaneros y déspotas en tiempos de cambio.
Como oí decir una vez … “Estoy en completo desacuerdo con tus ideas, pero daría mi vida por tu derecho a expresarlas”..
Prácticas que ayudan a cultivar el músculo de la tolerancia…
Usa tu juicio crítico para evaluar la información que recibes, para eso es clave revisar los argumentos de todas las partes.
Para formarte una opinión, mantén la cabeza serena y el corazón abierto, contrasta y busca información, pruebas y busca sustentarte en tus propias experiencias si te es posible, para no ser presa de ideologías y dogmas.
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